Exploremos el trastorno por déficit de naturaleza, pero primero, pongámonos en situación. Los seres humanos hemos tenido éxito evolutivo como especie gracias al entorno natural del cual formamos parte. Los bosques y campos nos han proporcionado refugio, alimento, seguridad, calor, diversión, medicina e inspiración, entre otras muchas cosas.
Si reducimos todo el tiempo transcurrido desde el origen de nuestro planeta Tierra hasta nuestros días en un solo año, vemos que el primer Homo Sapiens aparece el día 31 de diciembre a las 23:30h. Es decir, toda nuestra historia como humanidad corresponde tan solo a 30 minutos dentro de todo un año de vida del planeta. Si vamos más allá y continuamos con el ejemplo, el tiempo correspondiente a nuestra vida mayormente urbanita y en entornos metropolitanos es de 0.7 segundos, el 0.04% del tiempo total de nuestra existencia como especie.
En ese tiempo tan corto, casi imperceptible, gran parte de los seres humanos hemos dado la espalda a la naturaleza, desvinculándonos de ella y creando un entorno artificial repleto de estímulos y materiales desconocidos hasta el momento para nosotros. Es cierto que el experimento está siendo fascinante, y que mucho de lo que descubrimos nos ayuda a desarrollarnos como civilización y a mejorar nuestra calidad de vida, no obstante, también hemos empezado a descubrir la otra cara de la moneda de este avance en solitario, pues empezamos a experimentar el precio a pagar por dejar de lado a quién, por siempre, es nuestra compañera de equipo: la naturaleza.
EL TIEMPO CORRESPONDIENTE A NUESTRA VIDA MAYORMENTE URBANITA Y EN ENTORNOS METROPOLITANOS ES DEL 0.04% DEL TIEMPO TOTAL DE NUESTRA EXISTENCIA COMO ESPECIE.
Así, en los últimos tiempos, en los que las nuevas tecnologías toman un papel preponderante en nuestra vida diaria y nos vemos imbuidos en nuevas formas de vida que tienen como contexto las ciudades modernas, cada vez es más común sentir las consecuencias de nuestra alienación natural. Estos síntomas se han agrupado bajo el paraguas de lo que se denomina actualmente como trastorno por déficit de naturaleza, término acuñado por primera vez en el año 2008 por el estadounidense Richard Louv en su libro “Los últimos niños en el bosque”.
El trastorno por déficit de naturaleza es la consecuencia directa de la falta continuada y repetida de contacto con entornos naturales y elementos propios de los ecosistemas de los que formamos parte de manera natural. Aunque todavía no se considera como un trastorno médico, se lo relaciona con disfunciones como:
- El TDAH.
- La obesidad.
- La deficiencia de vitamina D.
- La ansiedad.
- La depresión.
- La fatiga atencional.
- El estrés.
- La irritabilidad.
- Enfermedades respiratorias.
Y es que, el peaje por dejar de lado la naturaleza no es baladí. Se prevé que para el año 2050 el 68% de los seres humanos viviremos nuestra mayor parte del tiempo en grandes ciudades. Si no consideramos el contacto con la naturaleza y la preservación y creación de espacios naturales como un aspecto capital de nuestra supervivencia como especie, los desequilibrios a los que nuestros cuerpos y mentes se verán sometidos serán cada día más generalizados e intensos.
SE PREVÉ QUE PARA EL AÑO 2050 EL 68% DE LOS SERES HUMANOS VIVIREMOS NUESTRA MAYOR PARTE DEL TIEMPO EN GRANDES CIUDADES.
Nunca antes en nuestra historia como especie había ocurrido tal situación. Las personas que habitamos en estos momentos el planeta, muchas de ellas pertenecientes a las generaciones más jóvenes, son las personas que mayor cantidad de información sobre el mundo poseen a nivel global. Son capaces de nombrar especies animales del continente africano u Oceanía y explicar con facilidad el funcionamiento de un ecosistema tropical. En cambio, su experiencia de contacto directo con la naturaleza suele ser sorprendentemente limitada y su vínculo con el entorno natural más inmediato es débil o incluso nulo.
EL OLOR A RESINA DE PINO, EL CANTO DE LA ALONDRA, LA VÍA LÁCTEA EN PLENA NOCHE O EL TACTO DEL BARRO Y LA HIERBA EN LOS PIES DESCALZOS SON SENSACIONES EN PELIGRO DE EXTINCIÓN PARA NUMEROSAS PERSONAS.
Así, nos encontramos ante la paradoja de una sociedad altamente informada sobre la naturaleza y aparentemente sensibilizada sobre esta, que en el fondo y en la práctica no se siente una con ella, pues no ha generado un vínculo con la misma a través de la experiencia directa. Todo lo aprendido se recibió de forma indirecta, a través de pantallas de cristal líquido y vitrinas de cristal. El olor a resina de pino, el canto de la alondra, la vía láctea en plena noche o el tacto del barro y la hierba en los pies descalzos son sensaciones en peligro de extinción para numerosas personas. Conocemos como nunca antes el movimiento y las características de las estrellas y no podemos verlas, cegados por nuestra propia luz metropolitana. Los árboles y arbustos de nuestras ciudades y parques públicos son considerados mobiliario urbano, equiparando su función y utilidad a la de una farola o una papelera. Mientras tanto, nuestra salud no entiende esta separación y pierde el equilibrio.
Por suerte, la naturaleza está de nuestro lado. Por nuestra sangre corren efluvios naturales y nuestros genes custodian nuestro recorrido silvestre hasta la actualidad. Nos hemos engendrado en el vientre del planeta y, por tanto, somos sus hijos e hijas biológicos. Esto se traduce en que, simplemente ordenándonos en relación a lo natural y ocupando nuestro lugar con orgullo y humildad, la salud podrá ser el estado natural desde el que vivamos nuestros días.
Este hecho se manifiesta de múltiples formas, como por ejemplo, en la enorme cantidad de beneficios que nos aporta a los seres humanos pasar unas horas en el campo, o en las virtudes que las plantas nos regalan al incorporarlas como alimento prioritario en nuestra dieta, o en la medicina que encierran sus flores, frutos y sus otras partes vegetales. Simplemente pasar unas pocas horas en contacto directo y relajado con la naturaleza, realizando la actividad que se ha denominado como Baño de bosque (práctica bautizada en Japón como shinrin yoku), nos aportará los siguientes beneficios:
- Al pasar unas horas en un entorno natural acontece un incremento significativo de linfocitos citolíticos naturales, también llamados células NK (Natural Killer). Estos linfocitos forman parte de nuestro ejército de defensa interno y unas de sus funciones principales es la eliminación de células tumorales y células infectadas por virus.
- La presión arterial desciende y se regula.
- Los niveles de cortisol, también conocida como la hormona del estrés, bajan y se regulan.
- Se estimula la producción de serotonina, también conocida como la hormona de la felicidad.
- Tanto la tensión física, como la mental y la emocional suelen descender y liberarse en cierta medida.
- El organismo es mejor y más eficientemente oxigenado.
- Mejora la concentración y la atención dirigida.
- Mejoran los procesos creativos.
- Se estimula una sana gestión emocional.
AL PASAR UNAS HORAS EN UN ENTORNO NATURAL ACONTECE UN INCREMENTO SIGNIFICATIVO DE LINFOCITOS CITOLÍTICOS NATURALES, TAMBIÉN LLAMADOS CÉLULAS NK (NATURAL KILLER).
Asimismo, existen estudios que relacionan distintos estímulos naturales, como por ejemplo la imagen de un árbol, un paisaje o una planta, con una recuperación más rápida y con un menor consumo de fármacos analgésicos por parte de personas sometidas a una intervención quirúrgica. Del mismo modo, los niños y niñas con contacto recurrente con el medio natural se califican a sí mismos en un grado mayor de autoestima que sus compañeros puramente urbanitas. Como vemos, al exponernos de forma relajada y establecer un contacto real con elementos naturales nuestra salud se potencia en distintos niveles, pudiendo considerarse esta repercusión como parte del llamado efecto biofilia, término acuñado por Edward O. Wilson para referirse al sentido de conexión innato que siente la vida hacia la propia vida. Esta conexión con la vida nos resulta imprescindible y favorece un correcto desarrollo del ser humano en cualquiera de sus etapas vitales.
LOS NIÑOS Y NIÑAS CON CONTACTO RECURRENTE CON EL MEDIO NATURAL SE CALIFICAN A SÍ MISMOS EN UN GRADO MAYOR DE AUTOESTIMA QUE SUS COMPAÑEROS PURAMENTE URBANITAS.
El trastorno por déficit de naturaleza tiene su solución más cerca de lo que creemos. Un paseo por el parque más cercano, una escapada de fin de semana al campo o introducir plantas en nuestro hogar serán acciones efectivas para restablecer nuestro vínculo natural con el medio. Al vivir de manera más coherente con la naturaleza y, consecuentemente, con nuestra propia identidad, nuestra salud se verá estimulada y potenciada. Casi sin ser conscientes, nos vemos reconocidos en un entorno confiable en el que una parte ancestral y primitiva de nosotros mismos sabe que puede tener éxito y prosperar. Y es este hecho tan trascendental el que nos nutre, nos calma y nos aporta una profunda serenidad.
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